Al abordar un movimiento de cualquier carácter o temática, siempre hay que considerar sus predecesores. No podemos hablar del realismo, por ejemplo, sin antes tener en cuenta el romanticismo: un movimiento que idealiza al ser humano y sus emociones, en contraste con el cinismo y crudeza de la corriente consiguiente. Cada período histórico o ideología naciente es una respuesta opuesta a la anterior, y es por lo que, dentro de su contexto, el arte conceptual cobró sentido para aquella comunidad que no consideraba esencial la mano del artista con tal de comunicar una idea.
El término fue creado por el artista Henry Flynt en 1961 para definir “un tipo de arte donde el lenguaje es el material”. Antes de esto, se vieron corrientes como el hiperrealismo, minimalismo, e informalismo, que rompieron con los moldes del concepto que tenían los críticos después de la segunda guerra mundial. Pasando de la deconstrucción de la realidad, en los sesenta se enfrentaron con la idea detrás de la obra en sí, sin darle valor a la técnica o la experiencia estética material. El creador de este estilo de antiarte fue Marcel Duchamp con su proyecto ready-mades, que tenía como propósito desafiar la noción de las artes finas utilizando objetos cotidianos como sujeto de su obra, con modificaciones mínimas.
Anteriormente, artistas como Picasso o Pollock habían redefinido los estándares del arte con sus técnicas particulares, o en el caso de aquellos como Magritte, lo lograron mediante la temática de la obra en sí, que por sí mismas marcaron tendencias posteriores a su muerte. Con el arte conceptual pasamos a un plano casi completamente lingüístico, basado en la participación y reacción del espectador, así como la intención del artista. Por lo que conciernen los tiempos actuales, el género podría volverse casi obsoleto.
El catedrático de Antropología Social de la Universidad Complutense de Madrid y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Ricardo Sanmartín, declara que: “Por más visuales que sean las artes plásticas, los estilos conceptuales prefieren subrayar el valor de las ideas críticas que encarnan las obras. Un ready-made, un collage de Picasso o de Braque, una performance de M. Abramovic’, los 4’33’’ de silencio de J. Cage, etc., subrayan una idea crítica, construyen sus tan distintas obras tratando de apresar un aspecto todavía borroso de la figura del ser humano que se está gestando en el paso de la historia. La relación del reto moral con la investigación estética es, a mi entender, la relación más importante entre el arte y la sociedad.” Aquí resalta el valor del significado detrás de la obra, y el peso que tiene en la historia.
Por otro lado, tenemos posturas como aquellas de la crítica Avelina Lésper, quien ha ganado infamia en México por desprestigiar el arte conceptual, argumentando que: “(Respecto al artista conceptual) quiere halagos, desconoce que la crítica no sólo puede estar a su servicio, como están acostumbrados, también puede ser transgresora. Este antiarte pretende que todo nos guste. Si cuestionamos el valor de sus obras, adoptan la arrogante postura de que no entendemos. La reflexión es un proceso racional, no de sumisión. El que reflexiona, razona y por lo tanto cuestiona. Exigir que no cuestionemos vuelve a la apreciación artística un asunto dogmático.” Ella y muchos otros críticos prefieren escrutar a cada obra por separado, independientemente de la corriente o intenciones del creador. La opinión popular sugiere que el arte contemporáneo no puede ser categorizado, siendo que ahora los artistas tienen más libertad de interpretar la realidad a su gusto, con cualquier medio o técnica imaginable.
Según mis principios, los cuales he estado formando a través de mi trayectoria siempre cambiante, el arte requiere esfuerzo, honestidad e introspección. El valor de una obra solo lo determina el creador de ésta misma por medio del nivel del disfrute de su proceso, pero hay casos donde más allá de querer hacer arte, éste busca provocar una reacción, dejando de lado el cuidado con la técnica y principios básicos de composición. Cabe aclarar que un artista no está obligado a seguir al pie de la letra dichos principios. En el arte naif, por ejemplo, las reglas son frecuentemente modificadas con tal de expresar el carácter único y espontáneo del artista. Esto sucede porque existe una visión en mente, y se valoran las emociones por encima de la técnica. Podría sonar similar al arte conceptual, pero la cuestión es que esta corriente representa una rebeldía que, a mi parecer, no tiene vigencia hoy en día. Actualmente, hay poco qué desafiar, porque inclusive los críticos se encuentran alabando la manzana de Yoko Ono o el plátano de Maurizio Cattelan, y aquellos que tengan una opinión negativa al respecto, podrían incitar a reafirmar la idea detrás del arte conceptual, incluso si los desacuerdos respecto a éste están completamente justificados (señalando falta de creatividad, esfuerzo, sobrevaloración, etcétera).
Sin embargo, el arte conceptual honesto, íntimo y humilde puede funcionar. En ocasiones el material representa una puerta hacia un mensaje más profundo e insondable, utilizando la imaginación para hacer el resto del trabajo. No se puede tachar de irrelevante a las telas empapadas de sangre por actos de violencia de la artista Teresa Margolles, o minimizar la importancia que el ventilador eléctrico, la última posesión de la pareja difunta del artista John Boskovich, representaba para él.
El asunto se ha vuelto paradójico. Después de haber presenciado una inmensa variedad de estilos, técnicas y visiones, puedo afirmar que, al menos fuera de ciertas instituciones, la excentricidad en las expresiones artísticas es visto como algo atractivo, independientemente de las controversias que las temáticas aledañas puedan generar. Pocos se atreven a otorgarle estándares al arte, y es por esa razón que muchos creadores contemporáneos se contentan con un esfuerzo mínimo y una postura irreverente, pero, irónicamente, poco original. El contexto es lo que le da valor al arte conceptual. Una creación posmoderna en una comunidad abierta y experimental no tiene tanta trascendencia como lo tiene un ready-made en la sociedad del siglo pasado, pero siempre hay excepciones. La introspección, sinceridad, el gusto de trabajar y el esfuerzo que conlleva, por otro lado, aquello que yo considero realmente como mis disparadores creativos.
When approaching a movement of any character or subject matter, we must always consider its predecessors. We cannot speak of realism, for example, without first taking into account romanticism: a movement that idealizes the human being and his emotions, in contrast to the cynicism and crudeness of the ensuing current. Each historical period or nascent ideology is an opposite response to the previous one, and that is why, within its context, conceptual art made sense to that community that did not consider the artist's hand essential in order to communicate an idea.
The term was created by artist Henry Flynt in 1961 to define “a type of art where language is the material”. Before this, there were currents such as hyperrealism, minimalism, and informalism, which broke with the molds of the concept held by critics after World War II. Moving from the deconstruction of reality, in the sixties they confronted the idea behind the work itself, without giving value to the technique or the material aesthetic experience. The creator of this style of anti-art was Marcel Duchamp with his ready-mades project, which aimed to challenge the notion of fine art by using everyday objects as the subject of his work, with minimal modifications.
Previously, artists such as Picasso or Pollock had redefined the standards of art with their particular techniques, or in the case of those such as Magritte, they achieved this through the subject matter of the work itself, which in itself set trends after their death. With conceptual art we move to an almost completely linguistic plane, based on the participation and reaction of the viewer, as well as the intention of the artist. As far as current times are concerned, the genre could become almost obsolete.
Ricardo Sanmartín, professor of Social Anthropology at the Complutense University of Madrid and member of the Royal Academy of Moral and Political Sciences, states that: “However visual the visual arts may be, conceptual styles prefer to emphasize the value of the critical ideas embodied in the works. A ready-made, a collage by Picasso or Braque, a performance by M. Abramovic', the 4'33'' of silence by J. Cage, etc., underline a critical idea, they build their very different works trying to capture a still blurred aspect of the figure of the human being that is being gestated in the passage of history. The relationship of moral challenge with aesthetic research is, in my opinion, the most important relationship between art and society.” Here he highlights the value of the meaning behind the work, and the weight it has in history.
On the other hand, we have positions such as those of critic Avelina Lésper, who has gained infamy in Mexico for discrediting conceptual art, arguing that: "(Regarding the conceptual artist) he wants flattery, he does not know that criticism can not only be at his service, as they are used to, it can also be transgressive. This anti-art pretends that we like everything. If we question the value of their works, they adopt the arrogant position that we do not understand. Reflection is a rational process, not a process of submission. The one who reflects, reasons and therefore questions. To demand that we not question turns artistic appreciation into a dogmatic affair." She and many other critics prefer to scrutinize each work separately, regardless of the current or intentions of the creator. Popular opinion suggests that contemporary art cannot be categorized, since artists now have more freedom to interpret reality as they please, with any medium or technique imaginable.
According to my principles, which I have been forming throughout my ever-changing career, art requires effort, honesty and introspection. The value of a work of art is only determined by its creator through the level of enjoyment of the process, but there are cases where beyond wanting to make art, it seeks to provoke a reaction, leaving aside the care with the technique and basic principles of composition. It should be clarified that an artist is not obliged to follow these principles to the letter. In naïf art, for example, the rules are often modified in order to express the unique and spontaneous character of the artist. This happens because there is a vision in mind, and emotions are valued over technique. It might sound similar to conceptual art, but the point is that this current represents a rebelliousness that, in my opinion, is no longer valid today. Nowadays, there is little to challenge, because even critics are praising Yoko Ono's apple or Maurizio Cattelan's banana, and those who have a negative opinion about it, could incite to reaffirm the idea behind conceptual art, even if the disagreements about it are completely justified (pointing out lack of creativity, effort, overvaluation, etc.).
However, honest, intimate and humble conceptual art can work. Sometimes the material represents a doorway to a deeper, unfathomable message, using imagination to do the rest of the work. One cannot write off as irrelevant the blood-soaked canvases from acts of violence by artist Teresa Margolles, or minimize the importance that the electric fan, the last possession of artist John Boskovich's deceased partner, represented to him.
The matter has become paradoxical. Having witnessed an immense variety of styles, techniques and visions, I can affirm that, at least outside certain institutions, eccentricity in artistic expressions is seen as something attractive, regardless of the controversies that the surrounding themes may generate. Few dare to grant standards to art, and it is for that reason that many contemporary creators are content with a minimal effort and an irreverent, but, ironically, unoriginal stance. Context is what gives conceptual art its value. A postmodern creation in an open and experimental community does not have as much transcendence as a ready-made in the society of the last century, but there are always exceptions. Introspection, sincerity, the joy of working and the effort involved, on the other hand, are what I really consider to be my creative triggers.